Ashtanga yoga es una práctica muy física… (o eso dicen)

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Uno de los aspectos que más me interesa de esta práctica es el desarrollo de la ecuanimidad, ya que trabaja de forma profunda en «limar» los apegos y las aversiones que tenemos (dos de los cinco kleshas o aflicciones de la mente, las causas de sufrimiento según Patanjali). Ya en la práctica de asana de este sistema vamos desarrollando este trabajo, porque nos «enfrentamos» cada día a la misma secuencia de posturas, y creo que todos estamos de acuerdo en que en dicha secuencia tenemos posturas que nos gustan, se nos dan bien, nos hacen sentir bien.. y otras que no tanto. Si hacemos un repaso mental a nuestra práctica podemos darnos cuenta, sólo imaginando que estamos haciendo la secuencia, de cómo cada postura nos despierta sensaciones y emociones particulares: Indiferencia, impaciencia, ansiedad, agresividad, miedo, disfrute, sensación de reto, diversión, incertidumbre, frustración…. Algunas posturas pueden traer una combinación de varias, y las sensaciones pueden pasar a su opuesto de una postura a la siguiente. Y lo cierto es que la práctica nos pide lo mismo en todas: que encontremos estabilidad y comodidad en cada asana (sthira sukham).

Por lo tanto, estamos haciendo un trabajo para aprender a transformar cada experiencia que traiga la postura en una experiencia estable y cómoda…. por eso es importante no escapar de las posturas, sino intentar enfrentar lo que sea que traigan con aceptación primero, y luego intentar día a día trabajar sobre ello para transformar la experiencia. Venga lo que venga, busco la misma estabilidad interna, que yo trato de aplicar en 3 planos: respiración estable, cuerpo estable y mente estable, enfocada en el trabajo. Por eso, y por otros muchos motivos, las posturas son herramientas para trabajar algo mucho más profundo, y no el fin de nuestra práctica.

En la vida, en el día a día, nos encontramos constantemente con situaciones que nos despiertan todas las emociones arriba mencionadas, y unas cuantas más… y lo que nos suele pasar es que esa emoción nos toma, nos secuestra sin prácticamente darnos cuenta. De hecho, a menudo, ¡lo hace sin darnos cuenta! De pronto me siento triste, o desanimado, o eufórico, y no sé muy bien por qué. Mi estado anímico está a merced de los acontecimientos externos, y así mi estabilidad, mi felicidad no está en mis manos. Imagina que cada una de estas situaciones fuera una postura. Imagina que cuando quedas con esa persona que te pone «de los nervios» fuera lo mismo que hacer esa postura que también te pone de los nervios. Imagina que esa situación que, cuando piensas en ella, hace que tu corazón de un vuelco, fuera kapotasana. O esa comida que tanto te alegra fuera como cuando te sale utthita hasta padangusthasana. La frustración que sientes cuando tratas de lograr un objetivo en tu trabajo y no lo consigues… la misma que sientes cuando no llegas a agarrar en marichyasana.

Lo increíblemente regulador y terapéutico de la práctica es que, cuando practicas con la intención adecuada y con entrega al proceso, estás aprendiendo a mantener tu respiración, tu cuerpo y tu mente estables y cómodas (sin pelea, con aceptación y con relajación) ante todas y cada una de esas sensaciones y emociones que aparecen. Estás encontrando la estabilidad dentro… estás aprendiendo a conseguir que lo externo no te secuestre. Empiezas a tener la llave de tu propia estabilidad, de tu propia felicidad.

Si tuviera que nombrar la postura que más me ha enseñado sobre este aspecto, sería sin duda kapotasana. Y siendo sincero, no puedo decir que la haya transformado del todo, ¡pese a llevar haciéndola 18 años…! Pero sé que enfrentarme cada día a esta y otras posturas que traen consigo sensaciones desagradables, miedos, angustia o incomodidad me ha ayudado muchísimo a poder mantener una cierta calma y aceptación cuando la vida me ha traído situaciones similares. Aceptar y hasta llegar a «llevar bien» lo que no resulta tan placentero o disfrutable es garantía de tener una vida más significativa y plena, y de crecimiento interno. Porque la vida siempre nos traerá una de cal y una de arena… Y ambas, aunque nos cueste verlo, tienen la misma importancia.

Lo cierto es que, en mi caso, hacer mecánicamente todas estas posturas y tratar de buscar ese estado en la práctica de asana ha traído algo de cambio fuera, pero he necesitado hacer un esfuerzo consciente en mi vida, en mi día a día, para potenciar mucho los resultados. Hay una parte que ocurre sola, pero en mi caso, es una parte pequeña… Necesito recordarme fuera de la esterilla que el trabajo sigue siendo ese, buscar esa ecuanimidad (sin forzarla ni fingirla) día a día, momento a momento. Necesito recordarme que lo he logrado en la esterilla y que esa capacidad está en mi. Y las ocasiones en que consigo reproducirlo fuera de la práctica de asana van en aumento… con mucho trabajo y mucha perseverancia. Pero una cosa es segura, independientemente de los resultados… ¡no me aburro en mi día a día!

Esta es la riqueza y profundidad de una práctica tan “física”… para el que no la sepa ver.

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